Cuando el infierno se congela
Dicen que el infierno arde, que el fuego devora desde dentro, que no hay descanso ni sombra. Y, sin embargo, en la sanidad pública andaluza —y en toda España— hemos aprendido que también existe otro infierno: el que congela.
Mientras los médicos arden en silencio, consumidos por la epidemia de síndrome de desgaste profesional (burnout, que a nivel personal llega a suponer un auténtico infierno), el sistema sanitario se enfría hasta el hielo. El médico se abrasa en su jornada interminable, en su impotencia, en la angustia de no poder atender como querría, mientras el paciente tirita, esperando semanas o meses para ser atendido (con situaciones de tal angustia vital que también llegan a ser un infierno).
El médico arde; la sanidad se congela.
Cada guardia sin descanso, cada contrato temporal, cada consulta de cinco minutos frente a una montaña de burocracia, cada decisión que se toma a contrarreloj y sin medios, va derritiendo poco a poco lo que queda de vocación, de entusiasmo, de sentido. Y cuando la vocación queda herida de muerte, el fuego ya no calienta: se vuelve ceniza, y la sanidad pública se congela.
La epidemia de burnout que azota a la profesión médica no es una anécdota ni una moda diagnóstica: es un síntoma. El síntoma de un sistema que se sostiene gracias al sacrificio de quienes lo hacen funcionar, pero que no les da más que desdén, precariedad y silencio. Los médicos se rompen para mantener de pie a un sistema que se desmorona.
Y mientras tanto, se discute —con frialdad burocrática— una reforma del Estatuto Marco, como si en ella no se jugara nada más que un texto administrativo. Pero lo que realmente está en juego es mucho más: la sostenibilidad del sistema sanitario público, la protección frente al burnout, el reconocimiento de la formación, la responsabilidad y las peculiaridades laborales del facultativo.
Por eso los médicos pedimos un Estatuto Propio, no como un privilegio corporativista, sino como un acto de supervivencia colectiva. Porque si no se cuida al que cuida, todo lo demás se derrumba. Porque sin médicos no hay sanidad.
En este infierno que arde y se congela al mismo tiempo, no pedimos milagros, solo justicia. Pedimos que la Administración deje de mirar hacia otro lado, que deje de normalizar el sufrimiento de quienes sostienen el sistema. Pedimos que entienda que proteger al médico es proteger al paciente.
Si el médico se apaga, la sanidad se apaga con él. Y entonces, sí, el infierno se congela.
Pedro Jiménez Cabrero
Vicepresidente SMA Córdoba
Comentarios
Publicar un comentario