Médico Vs Burnout
MÉDICO VS BURNOUT
No podía verlo
pero sí sentir su aliento abrasador
incluso a veces escuchar el crepitar de las llamas
y percibir el olor que dejaba el rastro de cenizas
el camino se tornó en una huida hacia adelante
en soledad, quise encerrarlo dentro de mí
no podía verlo, y quería negarlo
pero sabía de su existencia
Visibilizar el Burnout médico ¿por qué ahora? Quizás por acompañar las altas temperaturas abrasadoras de Agosto, aunque el Burnout no entienda de fechas, y como Vivaldi se explaye en las Cuatro Estaciones… Quizás es simplemente el momento, o quizás es un guiño de mi lado más friki a que acaba de finalizar la segunda temporada de “La Casa del Dragón” (tranquilos, no hacemos spoiler) pero, los médicos no somos Targaryen ni inmunes a las llamas. Quizás simplemente porque “soy un valiente” (*1) al que no le importa meterse en “camisa de 11 varas” (*2) hablando sobre este “delicado tema tabú” (*3)
Acompañamos este artículo de opinión de un vídeo con el mismo título, que hemos enmarcado en la campaña “un poquito de riesgo sí que tenemos” en la que reclamamos al Ministerio de Sanidad un Estatuto Propio para los Facultativos que recoja las peculiaridades y condiciones de nuestro trabajo así como que se reconozca (al igual que sucede con otras profesiones) nuestro trabajo como “profesión de riesgo”, utilizando los hashtag #MédicoDeRiesgoYA y #EstatutoPropioYa. El mensaje es claro “los dragones no existen, el Burnout sí, y también quema”.
Pero ¿Qué es el Burnout?
El término más adecuado para este anglicismo sería el de “desgaste profesional”, aunque la traducción más literal sería “síndrome de estar quemado”. En el contexto de la medicina, fue utilizado por primera vez en 1974 por Herbert Freudeberger, un psiquiatra que trabajaba como asistente voluntario en una clínica para toxicómanos de Nueva York, y que tras una observación minuciosa se percató de que sus compañeros de trabajo, la mayoría jóvenes idealistas, repetían con mucha frecuencia el mismo proceso. Al principio llegaban llenos de ilusión, con ganas de cambiar el mundo en forma de entregarse a los demás de una forma altruista. Sin embargo, poco a poco, esas ilusiones se iban perdiendo al contacto con la realidad del mundo de la droga y, aproximadamente al año, un porcentaje importante de ellos tenían trastornos emocionales. Se sentían tristes y con otros síntomas de cansancio emocional. Además mostraban conductas poco comprensivas hacia los pacientes y, en algunos casos, mostraban distintos grados de hostilidad hacia ellos, a los que tendían a culpar de su estado.
Hablamos pues de un trastorno adaptativo por desgaste y agotamiento de los recursos psicológicos para el afrontamiento de las demandas del trabajo con personas (máxime si suponen una elevada responsabilidad). Un trastorno, consecuencia en buena medida de un desequilibrio prolongado, habitualmente no reconocido y mal resuelto entre unas excesivas exigencias laborales (que generan un esfuerzo crónico) y una falta de refuerzos adecuados.
¿Ingredientes del Burnout?
A nivel científico se dispone de evidencia sobre la existencia de 3 factores o ingredientes:
• Agotamiento emocional. Es el rasgo fundamental y supone síntomas de pérdida de energía (fatiga crónica), de agotamiento físico y psíquico y una sensación de estar al límite (“no poder más” “estar harto”). Los síntomas pueden ser indistinguibles de los de un trastorno depresivo, con el que obviamente existe solape.
• Despersonalización. Es una medida de defensa que supone cambios negativos en las actitudes y respuestas hacia los demás, especialmente hacia los beneficiarios del propio trabajo. El profesional puede mostrarse distante o incluso cínico. En este punto es importante resaltar que no hablamos de un mal profesional, tampoco de una mala persona, sino de una persona que presenta patología, quiera aceptarla o no.
• Baja realización personal. Es una sensación de inadecuación personal profesional para ejercer el trabajo. Implica sentimientos de incapacidad, baja autoestima e ideas de fracaso.
La persona con Burnout tiene manifestaciones de díversa índole o en diversas esferas: repercusiones personales/familiares y laborales como manifestaciones psicosomáticas, manifestaciones conductuales, manifestaciones emocionales, manifestaciones defensivas y repercusiones familiares, y también repercusiones laborales como insatisfacción y deterioro del ambiente laboral, disminución de la calidad del trabajo, absentismo laboral, reconversión profesional o incluso abandono de la profesión.
¿Por qué es más frecuente en algunas profesiones?
Aquí entran ya algunas “peculiaridades del médico”... del que me atrevería a afirmar sin miedo a errar que “es en general mal paciente”. Nos cuesta aceptar que estamos enfermos y actuar en consecuencia; intentamos negarlo y ello nos conduce al aislamiento, tanto social como profesional. Incluso me atrevo a decir también sin miedo alguno a errar que somos una profesión que más que “absentismo laboral” tiene “presentismo laboral”. ¿Por qué esta patología es más frecuente en el personal sanitario? Por supuesto existen otras profesiones más agotadoras, obviamente en lo físico, pero también en lo mental, pero hay varios factores importantes a tener en cuenta:
· Se ha sugerido que a mayor responsabilidad profesional más riesgo de burnout
· Factores relacionados con el trabajo clínico
• Contacto cotidiano con la enfermedad, el dolor y la muerte
• Cambios de las expectativas sociales sobre la salud
• Problemas en el manejo del trabajo cotidiano en la consulta
• Manejo de la incertidumbre
• Dificultad de la formación continuada
• Percepción de falta de apoyo social.
• Falta de promoción interna e inseguridad en el trabajo
Otro factor externo que puede ser desencadenante de desgaste, es que en los centros de trabajo no existan los medios/materiales adecuados para desempeñar su trabajo (situación por desgracia frecuente, máxime si atendemos al tiempo por paciente como un recurso de vital importancia). Además de que existen demandas legales que afectan considerablemente al médico y también puede ser una causa para que se presente agotamiento emocional.
Merece la pena sacar aparte el aspecto emocional de la profesión y darle un contexto social. Trabajamos con personas y entre personas. En la consulta médica se encuentran dos “seres emocionales” y aparece dicho componente emocional entre un paciente y su médico, entre una persona que presumiblemente se encuentra en una situación de fragilidad o debilidad y da rienda más o menos suelta a sus emociones y un profesional que al menos en buena parte debe saber aislarse de esa parte emocional para aplicar uno o varios criterios científicos/técnicos. Esta aplicación de criterios científicos y técnicos (hacer lo correcto) ya es difícil per sé cuando se habla de una ciencia no exacta, pero además se encuentra dificultada por aspectos sociales (el propio criterio técnico puede entrar en conflicto con un paciente que surge de una sociedad a la que se ha bombardeado con mensajes confusos y no pocas veces sensacionalistas desde muy diversos frentes) y por aspectos organizativos como la masificación y la mala gestión del Sistema Sanitario Público: el profesional encuentra trabas (no voy a mencionar ninguna por lo de la camisa de 11 varas *2) para resolver los problemas que quiere resolver, lo cual genera tanto frustración en el propio profesional como insatisfacción en el paciente (es lógico que una personalidad más “idealista” esté más expuesta a este síndrome, aunque personalmente creo hemos llegado a un punto en el que sólo es necesario “tomarse en serio el trabajo”).
El médico tiene sus emociones, pero “no debe ser ni cobarde ni valiente (*1), sino aplicar el conocimiento científico vigente”. La medicalización, en el contexto de una sociedad de consumo, ha hecho que se modifique la sensibilidad ante la enfermedad y su ámbito. La idea moderna de que el cuerpo puede estar enfermo aunque se sienta sano genera continuas campañas mediáticas (muchas veces contradictorias) que animan a buscar pequeños síntomas o a hacerse más exploraciones. Pero puede haber personas que esto lo interpreten con el derecho a no tener en ningún momento ningún malestar emocional y exigir un profesional , siempre eficaz, para afrontar cualquier problema de la vida, lo que no parece muy realista ni deseable (ello crea ansiedad y desconfianza en muchas personas y también genera una gran demanda por síntomas menores a los servicios sanitarios). Por otro lado, el campo de la enfermedad, se ha expandido a problemas de la vida o sociales por los que la gente busca, en el sistema sanitario, ayuda que antes encontraba en el sistema de apoyo social.
Todo esto explica en buena medida que el personal sanitario, sobre todo facultativos, así como el de educación, sean los más afectados por este síndrome. Esto es similar tanto en el sector público como en el privado, en el que no se encuentran grandes diferencias en la incidencia de este síndrome. Sirva de ejemplo lo que sucede en el sector veterinario privado, donde también aparecen altos niveles de burnout: un reciente estudio de la Universidad de Extremadura (Prevalence of burnout syndrome among veterinarians in Spain, https://doi.org/10.2460/javma.22.09.0407) nos ofrece cifras de prevalencia de hasta un 75% en veterinarios de pequeños animales frente al 25% en veterinarios de grandes animales (curiosamente hay gran diferencia con más prevalencia en el sector de los pequeños animales, con más trato con el público, demanda, carga emocional y por supuesto más expuesto a las camisas de 11 varas -*3).
Todas estas profesiones se ven en la situación de, por una parte tener que responder a las expectativas de los usuarios (desde el diagnóstico rápido y preciso de todo tipo de enfermedades a la satisfacción de cualquier demanda menor no necesariamente clínica) y por otra tiene que ponerles límites. Se atiende a una población que se cree con derecho a exigir lo que le prometen y por otro lado tiene que contener el gasto sanitario que ello genera según lo exigen los gestores (a veces con decisiones y órdenes que generan auténticos conflictos de intereses al propio profesional). El médico de familia es el que cumple este difícil papel además con falta de recursos (sobre todo tiempo) porque la demanda crece imparablemente. No es extraño que sea uno de los profesionales más afectados por el burnout. Todo esto sin tener en cuenta problemas de manejo cotidiano de la consulta y el afrontamiento de la incertidumbre en una ciencia no exacta con una importante carga emocional. Dado que el tiempo en consulta es un factor fundamental y la cosa va de dragones, podemos decir que la consulta del médico de familia acaba convertida en un “juego de cronos” (de forma similar a la que ocurre en servicios de urgencias , cuidados intensivos….)
¿Qué repercusiones tiene esta enfermedad?
Las repercusiones laborales del desgaste profesional no solo inciden en el propio profesional sino también en los pacientes, con especial relevancia en los efectos adversos. Un médico quemado se vuelve “peligroso” para sí mismo, para sus propios compañeros y también para sus pacientes. Desde el punto de vista más egoísta, a la misma sociedad que demanda asistencia, no le interesa la existencia de médicos quemados, sin embargo, la plaga crece imparable en la sombra, puesto que hablamos de una patología francamente infradiagnosticada (en buena parte por la tendencia del propio médico a ser “mal paciente”, pero también porque los medios para la prevención y el diagnóstico son escasos, así como la lucha contra los factores de riesgo). Entre estos factores se encuentran atender a más de 20 pacientes por turno (nuestra administración ni siquiera garantiza un máximo de 35) y esto no se cumple ni en las consultas del Médico de Familia ni en las guardias de urgencias ni tampoco en muchas consultas a nivel hospitalario.
Un médico con Burnout atiende peor a sus pacientes, pero es importante destacar que no se trata de un mal profesional, mucho menos una mala persona: se trata de una persona con una situación de desgaste profesional que ha derivado en patología.
Desgraciadamente, quienes gestionan lo público han convertido el sistema que debe atender la individualidad de cada paciente (“humanización”, enfoque holístico) en una cadena de montaje, que por un lado tritura profesionales y por el otro llega a ser francamente injusta con los pacientes más frágiles (ley de cuidados inversos: "La disponibilidad de una buena atención médica tiende a variar inversamente a la necesidad de la población asistida. Esto se cumple más intensamente donde la atención médica está más expuesta a las fuerzas del mercado, y menos donde la exposición esté reducida".Hart, 1971). En esta cadena de montaje, si eres un paciente estándar puede que las piezas encajen, pero si te sales de la media tienes un problema… pero ¿quién decide lo que es estándar?: son los propios políticos y gestores, que se apuntan al carro de la moda de repetir el mantra de la humanización, quienes deciden esos estándares, es más, pretenden profesionales también estándar, prefabricados, dóciles, poco críticos con el sistema, y lo hacen al más puro estilo Aldous Huxley, pues el sillón desde el que toman estas decisiones es “un mundo feliz”. Así, del mismo modo, basta con no ser el profesional que pretenden para, al igual que los pacientes, tener también uno o varios problemas). En los casos más extremos se llega al abandono de la profesión, o incluso a desafortunados casos de suicidio.
En el estudio “Prevalencia del síndrome del burnout y factores asociados a dicho síndrome en los profesionales sanitarios de Atención Primaria” realizado por D. Navarro-Gonzáleza,∗, A. Ayechu-Díazbe I. Huarte-Labiano y publicado por SEMERGEN (SEMERGEN 2015;41(4):191-198 se citan los siguientes resultados: “Encontramos elevados niveles de Burnout en los trabajadores de Atención Primaria, siendo alarmante la prevalencia observada en administrativos y médicos de familia, con 3 a 5 veces más riesgo de padecer el síndrome respecto a enfermería. Trabajar en un área urbana, con un tamaño de cupo elevado y con una gran presión asistencial son los principales factores asociados. Esta alta prevalencia se ve reflejada en la salud mental de los trabajadores, con un consumo de psicofármacos superior a la media poblacional española.
Estos resultados dejan no pocas preguntas para reflexionar:
¿Es adecuado que un paciente sea atendido por un médico enfermo?
¿Se está haciendo suficiente para abordar este gravísimo problema?
Los programas PAIME (Planes de Atención Integral al Médico Enfermo) se enfrentan con no poca frecuencia a adicciones, tanto a psicofármacos como otras, en médicos afectos de este síndrome… No es sin duda la situación ideal.
Como decimos a la conclusión del vídeo, no es que nos enfrentemos a un dragón, pero “un poquito de riesgo sí que tenemos”... ¿seguimos hasta que se rompa la cuerda?. El sistema (cadena de montaje politizada y/o mal gestionada) se ha vuelto kafkiano, y necesita una profunda “metamorfosis” que nadie parece dispuesto a iniciar. Poco o nada se está haciendo con esta epidemia enquistada y bien enraizada: las campañas de educación/información sanitaria brillan por su ausencia o al menos por su impacto (o se invierte poco en ello o se invierte mal). Tanto estas campañas de educación/información sanitarias dirigidas a la población como los cambios en las condiciones laborales , no sólo son necesarios, sino que son una exigencia del Sindicato Médico Andaluz.
A los compañeros que se sientan en estas situaciones, sólo pedirles que busquen ayuda, que hablen de ello, que esto deje de ser tabú (*3). No necesitan ser valientes, simplemente aceptarse como pacientes y lo más “difícil”, un sistema sanitario que no sea una trituradora. No es algo que haya que vivir en soledad ni encerrar dentro de uno mismo para que te abrase desde el interior.
Pedro Jiménez Cabrero
Delegado SMA Córdoba